Luna de gusano, Luna azul, Luna de fresa o de cazador: mes tras mes, un desfile de nombres cargados de adjetivos y cualidades únicas para referirse a la aparición de la próxima Luna llena parecen anticipar un espectáculo astronómico sin parangón.
El fenómeno es más evidente cada mes de abril, cuando la Luna rosa se hace tendencia y protagoniza un sinfín de búsquedas en redes sociales, una expectativa alimentada por la desinformación que se desvanece al confirmar que la Luna aparece sobre el horizonte con la misma naturalidad de siempre.
Los nombres que recibe cada Luna llena no corresponden a un fenómeno astronómico, ni hacen referencia a algún concepto científico alrededor de ella.
Los más difundidos en la actualidad tienen su origen en el Almanaque del Granjero de Maine, una publicación estadounidense que durante la década de los treinta recopiló los apelativos que distintos pueblos nativos americanos otorgaban a la Luna a lo largo del año, una tradición que distintas instituciones como la NASA o el Real Observatorio de Greenwich han recuperado recientemente con fines de divulgación.
En su mayoría, se trata de expresiones populares, una mezcla derivada del misterio que envuelve al satélite natural de la Tierra y las relaciones que, desde la perspectiva de distintas culturas antiguas de todo el globo, se establecían entre el clima, las estaciones del año y la agricultura con la aparición periódica de la Luna en la bóveda celeste.
En el caso de la Luna rosa, la misma agencia espacial estadounidense explica que este apelativo aparece en el Almanaque y hace referencia al flox musgoso, una planta que crece de forma silvestre en el noreste de Estados Unidos y cuya floración, de tonos rosados intensos y posterior a la primavera, coincidía con la aparición de la primera Luna llena de la estación.
De ahí que los pueblos nativos americanos establecidos en la región relacionaran los vistosos tapetes florales rosas que se apoderan del paisaje con la llegada del plenilunio.
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