Cuando el lector tenga en sus manos esta
columna, la controversia sobre el proyecto de sentencia del ministro Juan Luis
González Alcántara Carrancá ya habrá sido votada en la corte. Las decisiones
tomadas en estos momentos no solo están transformando el Poder Judicial, sino
que también pueden marcar un antes y un después en la historia política de
México. La pregunta que flota en el aire es: ¿quiénes serán los verdaderos
beneficiarios de esta reforma?
En el contexto de esta reforma, es
innegable que Andrés Manuel López Obrador, quien hasta hace poco fue el
presidente más polarizante del país, dejó una huella imborrable en el sistema
judicial. Aunque se presentó como un respetuoso de las decisiones de los
jueces, su legado está teñido de un creciente encono hacia la Suprema Corte. A
pesar de que acató sentencias que iban en contra de sus ambiciones, esa actitud
de aparente respeto se convirtió en la chispa de un fuego que hoy amenaza con
consumir la independencia judicial.
Este proyecto de sentencia, que promete
revertir los puntos mas cuestionados de la reforma de MORENA, como volver a
garantizar la inamovilidad de jueces y magistrados, se presenta como un
salvavidas en medio de un mar de incertidumbre. Sin embargo, ¿realmente es una
victoria para la justicia, o es solo una maniobra para afianzar el control
político sobre el sistema judicial?
La sentencia que mientras escribo, se
discute en la corte también mantiene la elección popular de Ministros de la
Corte y Magistrados Electorales, lo que podría parecer un avance hacia la
democracia, pero que en la práctica abre las puertas a una mayor politización
de la justicia. ¿Estamos preparados para ver cómo la justicia se convierte en
un campo de batalla electoral?Todo parece indicar que el proyecto de sentencia
del ministro Carranca, que más bien se asemeja a una decisión salomónica,
seguramente se aprobará. Esta decisión no solo revertirá parte de la reforma impulsada
por el actual gobierno, sino que también nos dejará en un justo medio, donde
las tensiones entre el poder político y la justicia se disipen temporalmente.
Ahora, Claudia Sheinbaum se encuentra en
la encrucijada más importante de su carrera. Con la espada de Damocles
suspendida sobre su cabeza, la presidenta tiene ante sí una decisión
trascendental: ¿mantendrá el estado de derecho o se dejará llevar por el deseo
de venganza que ha permeado el entorno político? La aceptación o el rechazo de
la sentencia votada no es solo un trámite; es un acto político que definirá su
legado.
Si decide seguir el camino de la
legalidad, Sheinbaum enviará un mensaje claro sobre la importancia de la
independencia judicial. Pero si elige violentar este principio, corre el riesgo
de desestabilizar las bases de nuestra democracia y abrir la puerta a un futuro
sombrío, donde el Poder Judicial no sea más que un eco de las decisiones
políticas.
La supremacía constitucional, un pilar
fundamental de nuestra nación, se ve amenazada. La historia nos ha enseñado que
ceder ante la tentación del poder puede tener consecuencias devastadoras. La
decisión que se tomó en las últimas horas o días no solo afecta a los actores
involucrados; tendrá repercusiones en la vida de millones de mexicanos.
El proyecto del ministro Carranca no es solo una propuesta de reforma; es un campo de batalla ideológico que definirá el futuro del sistema judicial en México. Este es un momento decisivo que podría determinar el rumbo de la democracia en el país.
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