Desde su apertura en el año 2000, Pujol, bajo la coordinación del chef Enrique Olvera, se ha posicionado como un referente de la alta gastronomía mexicana. Este año, no fue la excepción el hacer homenaje a la cultura mexicana no solo en la oferta gastronómica, sino en un altar en conmemoración del Día de Muertos.
De la mano de Disciplina Studio, un despacho de arquitectura donde la artesanía cobra vida en cada objeto; el lugar, los conceptos y las ideas de Pujol junto con las de Disciplina, se unieron para llevar a cabo la ofrenda a través de elementos simbólicos.
Como cada año, Pujol ofrece un menú especial durante la fecha. De este modo, el Día de Muertos y su prevalencia inspiró a Jesús Durón de Pujol, para crear un menú que refleja el concepto principal.
Una segueza de pescado, ayocote y romeritos; un tamal colado con fideos de chilacayota y cacao; y un fermento de guanabana, son algunos de los platillos que se ofrecerán al público que decida visitar la ofrenda.
Por otro lado, Disciplina Studio diseñó la vajilla y cuencos de cerámica en donde se sirven los alimentos. Así, el altar se divide en tres: maíz, maguey y barro, elementos clave de la cultura mexicana, cobran vida en este altar, siendo los protagonistas que simbolizan la transformación y el ciclo eterno de la vida humana a través de los objetos.
Mucho más que un alimento, el maíz es un pilar de la cultura mesoamericana. Su presencia en las ofrendas del Día de Muertos se ha convertido en un testimonio de su profundo significado espiritual. Los tamales y el atole, elaborados a base de este sagrado alimento, no son solo un platillo representativo, sino un vehículo y el puente para conectar con el más allá.
Alrededor de estos alimentos, las familias mexicanas se reúnen para honrar a sus difuntos, fortaleciendo los lazos de identidad y pertenencia gastronómica que distinguen a los mexicanos.
Cada pieza hecha en barro, cuenta una historia, un legado que se transmite de generación en generación y un lienzo donde se plasman creencias, costumbres y emociones. Al moldear estas figuras, los artesanos perpetúan tradiciones milenarias y honran la memoria de los difuntos, donde el fuego, que transforma el barro en cerámica, simboliza el renacimiento y la esperanza de una vida eterna.
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